22.11.09

DESCANSAR EN PAZ



Cuando conocí el City estaba con la Antonia. Era de noche. Una noche agradable. Verano. Seca y luminosa. No hacia frío y el cielo se veía como si estuviésemos en el campo o en la playa. Las estrellas brillaban más de lo normal, parecía que compitieran unas con otras por relucir cada una con más fuerza que la de al lado. Salimos del bella bastante tarde. A la exposición del Juan, que había sido un éxito según los críticos asistentes, le había seguido una minifiesta para los que estábamos invitados: cóctel, picadillo, copete. Ahí aprovechamos de comer algo. Teníamos el estomago más que vacío y el par de tragos que nos servimos nos hicieron efecto bastante pronto: arriba-de-la-pelota como decimos de donde vengo.

Cuando caminábamos por el parque ya era más de media noche y no había nadie en la calle. Caminamos un rato tomados de la mano hacia donde los pies nos dirigieran. Entramos por esa callecita extraña que está a un costado del parque: Estados Unidos. Pensar –me dije- que en Santiago hay una calle que se llama Nueva York y se parece más a Londres y esta calle se parecía más a una ciudadela de Tolkien que al imperio del norte. Nos metimos por ahí por que nunca hay gente a esta hora y también para evitarnos el punguerío que nos toparíamos llegando al mercado central. La Antonia tenía frío, así que nos fuimos lo más abrasados que pudimos ir sin tropezarnos. Yo estaba muerto de hambre, pero estar en la ciudad con ella era un sueño lejano que por fin se estaba haciendo realidad.

Recordé cuando la conocí en el teatro de conce, cuando yo estudiaba literatura y ella todavía estaba en el colegio, en el mejor de la ciudad. Recordé que tenía miedo, y pensé en todo el tiempo que tuve que soportar la idea de perderla por mil putas razones distintas. Pero ahora estábamos aquí y era lo mejor que podía ofrecerle: un paseo por el gran Santiago de noche, mirando el cielo y perdiéndonos entre los innumerables recovecos que esta ciudad nos ofrecía; sin comida ni un lugar donde dormir, pero por fin, después de dos interminables años estaba disfrutando la tranquilidad de poder abrasarla frente a todos en un lugar donde nadie nos conociera.

Nos habíamos propuesto escapar y lo estábamos logrando. Por fin nos sentíamos tan lejos de todo lo que nos asustó que no podía creerlo, quizás las estrellas por eso brillaban tanto. Cuando uno llora ve las luces con más fuerza y la felicidad me estaba haciendo sentir como una nena.

Cuando dieron las tres todavía caminábamos, ahora íbamos por Bandera conversando de lo que haríamos durante el año: yo había conseguido pega en un liceo de San Miguel, no el de Los Prisioneros, pero por fin tendría algo de dinero para pararme, ella había entrado a la Chile, a diseño, y veía el futuro como un paño blanco donde dibujar sus ideas. El mío ya estaba todo rayado, boceteado y manchado. Me había aburrido de probar suerte con mis cuentos. El editor me dijo que en Chile no se necesitaban dos Fuguet y que la formula de la ‘revolución del barrio alto’ no funcionaría igual si yo no era del barrio alto. Fue una pena, pero ya nada era tan importante como hacer planes.

Íbamos por la calle antigua de Santiago, entrando al casco histórico de la ciudad, pasamos por tribunales, nos fumamos unos cigarros que nos quedaron de la fiesta del bella. El brillo de las estrellas dio paso a una luna grandota como calabaza que salió de la cordillera. Nos paramos y la seguimos. Subimos hacia la plaza, inconscientemente resignados a pasar la noche en un banco o caminando hasta el otro día. Sin darnos cuenta nos vimos ante una construcción enorme, un edificio grande, antiguo y casi gótico, de paredes gruesas. Cuando leí el letrero casi grité de emoción.

-¡Antonia, Antonia, el City!- le dije apuntando al letrero rojo que zumbaba como una docena de abejas atrapadas dentro del tubo retorcido que formaba el nombre del edificio.

Pasemos, quedémonos aquí. Mañana vemos de donde sacamos más dinero. Podemos preguntar si tienen la 506 libre. Vamos, porfa”.

La convencí poniendo cara de pena y salí disparado cruzando la calle gritándole que se apurara.

Dentro, en el mesón, durmiendo en una silla, estaba un señor bastante viejo, con mangas en la camisa. La Antonia lo despertó como si estuviese despertando a un niño para ir al colegio.

-Señor, señor. ¿De casualidad tiene alguna habitación libre?

-Si mijita –respondió el viejo entremedio del bostezo- hace tiempo que este lugar no se llena como antes. ¿Qué hacen tan tarde caminando solos por Santiago? esta ciudad está cada ves mas peligrosa.

-No teníamos donde dormir, de hecho no pensábamos quedarnos en ningún sitio, pero mi novio -dijo mirándome y sonriendo- insistió en pasar a preguntar si tenían la 506 libre.

La Antonia nunca se había referido a mi como su novio, ni cuando estábamos solos. Cada ves esto se parecía más a los sueños que tenía constantemente en mi pieza diminuta de Concepción.

-Mmm... sí, la 506 está libre, hace tiempo que no la toman, está vieja y con algunas averías. Esa pieza tubo un tiempo en la que todos venían a preguntar si podían quedarse a dormir en ella, pagaban lo que fuera por una reservación, incluso la arrendaban por un par de horas en el día para tomarse fotos o para leer un libro. Ahora ya nadie la toma muy en cuenta.

-Que triste –le dije- hay tantas historias de este lugar que todavía deberían seguir contándose.

-Sí, yo pienso igual, pero al final de cuentas así son los negocios y el City, aunque tenga tantos recuerdos entre sus paredes, es solo eso: Un negocio. Un negocio que ya no es tan rentable como en sus comienzos, o incluso como hace un par de años cuando este lugar parecía estar de moda o algo así. Y ustedes chicos ¿a que se dedican?

-¿Nosotros? Yo entraré a la universidad este año y Luis es profesor recién egresado de Concepción. Nos vinimos antes de empezar el año a Santiago para salir de esa ciudad apestosa y estar tranquilos, aunque sin mucho dinero, pero tranquilos.

-Y juntos- dije tomando su mano.

-Bien, bien.- dijo el viejo asintiendo mientras se daba vuelta para buscar la llave- bien, bien –repetía para sí mismo estirando sus dedos nudosos y tiritones

esta es la llave, ¿la quieren solo por hoy cierto?”

-Sí, no tenemos mucho dinero. ¿Cuánto cuesta la noche?

-Mmm... Veamos, a esa pieza ya no va casi nadie, así que dudo que venga otra persona a pedirla, además ya es tarde, quizás ya no venga nadie más en toda la noche. Dejémoslo a mitad de precio y el desayuno corre por cuenta de la casa. ¿Les parece?

-Señor, no queremos molestarlo, podemos pagar el precio de una noche, de verdad.

-No se preocupen, además como ya les dije, esa pieza es vieja y ya nadie la quiere, quédense. El desayuno es hasta las 10 en el vestíbulo de en frente. Tomen, que pasen una buena noche, y descansen.- dijo entregándole la llave a la Antonia. Le di el dinero. Nos despedimos deseándole una buena noche y subimos a buscar la habitación.

Las escaleras de madera rechinaban con cada paso que dábamos. No podía soportar la ansiedad de entrar a la 506 del City. La buscaba en todos los pisos, aun sabiendo que estaba en el quinto, pero no lo podía evitar. Los focos del cuarto piso estaban malos, algunos no prendían y otros lo hacían con una luz media asquerosa y tiritona que le daban más aspecto de humedad al pasillo. Seguimos subiendo. Un piso más. Llegamos al quinto y salí disparado a buscar la pieza. Cuando la encontré la Antonia no estaba en ninguna parte, venía caminando tranquilamente con la llave en la mano, la escuchaba acercarse despacio y no entendía por que no se daba prisa en abrir la puerta, estaba seguro que lo hacia solo para fastidiarme.

Cuando le quité la llave y abrí la puerta quedé asombrado ¿por qué ya nadie querría dormir aquí? Era lo más hermoso que había visto en mi vida, tenía una cama con respaldo de bronce, un espejo grande, de esos que se agrietan cuando están viejos, un velador con una lámpara de cerámica y pantalla color beige. No había televisor. Las cortinas eran rojas y la ventana daba a la calle por la que habíamos subido.

Se escuchaba el zumbido del letrero en toda la pieza.

Me asomé al balcón pequeñito que tenía y miré un rato a la calle. Tenía la piel roja por la luz del neón. Podía sentir por fin a la paz que siempre quise que me acompañara, estaba aquí conmigo, en el hotel. Descansa Luis, descansa en paz- pensé. Llamé a la Antonia para que mirara conmigo la ciudad de noche, pero me respondió con un “tengo sueño, ven a acostarte”.

Cuando entré a la pieza ella se estaba metiendo a la cama, se había quitado la ropa, no había traído el pijama y decía tener frío. Se veía como la más hermosa aparición. Teñida de rojo por el letrero era lo más bello que podía imaginar. Me quité la ropa y me acosté a su lado.


-Nico, te amo.

-Yo también te amo Antonia.

-Abrásame, tengo frío.


Nos dormimos pronto, cuando cerré los ojos todavía la veía en mi cabeza, desnuda, vestida solo por la luz del letrero. Sentí un beso y sus manos abrasando mi pecho. Su cuerpo estaba frío. Tomé sus caderas y la besé en el cuello.


Esa noche no soñé, solo recordé su rostro en todas las formas que había adoptado en dos años y su voz diciéndome mil veces: Vuelve, vuelve cuando podamos estar juntos ¿me lo juras?

A final de cuentas no había tenido que volver a su lado como pensábamos, solo permanecí escondido del mundo a la sombra que me dio su cariño. Pensar que estaba aterrado y ahora dormía con ella en el City. Con mil cosas pasando por mi cabeza. Viéndola en el teatro fumando. Viéndola en mi pieza llorando, en el foro de la universidad tiritando pegada a mi cuerpo. La vi como mi gran temor y mi mejor experiencia en la vida.

En un momento todo se borró y quedé en blanco. Escuchando su respiración. La acaricié. Abrí los ojos y ella me estaba mirando. Medio dormida me dijo:


-Gracias por esperarme Luis. Te amo.


Y en mi cabeza no dejaba de repetirme: Bien Luis, lo hiciste bien. Puedes descansar en paz.




Conce, diciembre 2008.

1 comentario:

  1. Me gusta caleta el city, la caga.

    Es como ese Santiago del que hablamos, con cosas escondidas sólo para quien tenga que verlas.

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