21.11.09

ENCERRADOS


-Estás bien?- le decía mientras tomaba sus caderas con la fuerza suficiente como para que ella no escapara a sus embestidas. La había penetrado durante largo rato y todavía no se sentían satisfechos. Sí, sigue- le responde. Su mirada, la de ella, aun no dejaba de lado ese fulgor vidrioso que siempre indicaba cuando estaba al máximo de excitación y la rigidez del cuerpo de Luis todavía daba a entender que necesitaba de su ayuda para conseguir lo que tanto buscaban.
En un principio sólo la acarició con tranquilidad. Besaba su frente mientras sus manos se deslizaban entre el pelo de su compañera. Ella comenzó el juego, siempre ella lo hacía. Abrió con destreza el pantalón de Luis y se apoderó de él. A su sobresalto preguntó:
-Que pasa? Te molesta?- con una mirada fija que explicaba todo lo que sucedería después. Luis se desvaneció. Cambió el switch. Se levantó y colocó seguro a la puerta.
La música suena despacio. Las cortinas están cerradas. Luis y Antonia comen tallarines con champiñones sin hablar. Ninguno de los dos sabe bien si permanecen en silencio por el hambre o por la yerba que fumaron hace un rato. Cuando dejan el plato vacío se recuestan en la cama y hablan. Ella le cuenta lo que ha hecho en el colegio mientras se desviste. Él la mira fijamente como si fuera lo más bello que se le pueda ocurrir. Se acuestan desnudos. Están solos, todos se fueron a sus casas menos Luis. Luis siempre se queda. La piel de Antonia es la más suave del planeta, piensa Luis. La compañía de Luis es lo mejor que pueda existir, piensa Antonia. Se abrasan. Se besan. Se hacen el amor una vez y se duermen sin dejar de sentir sus sexos en comunión. No sueñan pero se sienten, se recuerdan inconscientemente y se acarician sin saberlo mientras descansan. Se aman incluso mientras sus mentes los arrojan a lugares infinitamente lejanos al uno del otro. Paz.
Antonia dice que Luis la lastima. Luis dice que Antonia se calle. No se agreden, se comunican. Son bruscos. Parecen odiarse mientras de follan. Se muerden, se lamen, se hieren para disfrutarse y lo consiguen varias veces durante un día.
Ella llega. Se escapa de clases y le dice a Luis que no quiere perder su virginidad. Luis dice que no se preocupe, que la esperará.
Antonia le pide que bese su vagina.
Van a un mirador en la universidad de Luis y discuten por que la relación a veces parece ser una basura. Lloran y se juran intentarlo mil veces si es necesario. Se lo juran, pero olvidan jurar no romper su juramento. Luis tiene miedo. Antonia se agota y se apaga como una mecha sin parafina. Se seca. Luis se llena los ojos con fuego para mantenerla encendida. Luego Luis se agota. Ya no queda helio, piensa Luis creyéndose una supernova. Se abrasan y se consumen con lo último que les queda: sus cuerpos.
Una, dos, tres veces, cuatro, cinco, seis. No resulta. Antonia aun es virgen y maldice su himen. Lo repudia por causarle dolor. Luis la calma mientras en sus adentros cree que la ira de Antonia está más que bien fundada.
Ahora vayamos al cuerpo. Bella. 45 kilos. Delgada. Largo pelo rojizo. Ojos atentos. Piel blanca, nívea, marmórea. Los pechos de Antonia son como un sueño. Luis no cree en la realidad cuando mira a su novia desnuda. Se siente engañado. ¿como es posible que esté a punto de hacer el amor con la mujer mas bella del planeta?-se pregunta cada vez que la ropa de su amada se encuentra en el piso. Su vientre, firme, plano. Cintura como con las que siempre se sueñan los adolescentes por la noche. Un culo inimaginable. Luis quiere tomarle una fotografía al trasero de su novia para que sus amigos le crean lo increíble que es. Quizás ni siquiera le muestre la foto a nadie, seguro se conforma con mirarla todos los días para convencerse de que, por lo menos una vez por semana, tiene sexo con la chica de los sueños de miles de hombres a lo largo del planeta. Luis cree que alguien le está tomando el pelo cuando mira la perfección del pubis de Antonia. No es posible, se repite mil veces mientras ella baila desnuda en su habitación fumando la yerba que saca del cajón de Luis. Se mueve al ritmo de lo que suene en la radio sin tener idea de lo violentamente sensual que puede llegar a ser. Luis colapsa, cae en trance, muere, se resigna, no lo entiende, se confunde, se mira para asegurarse que es el mismo sujeto feo que siempre ha considerado ser. Todo resulta ser como siempre: él, Luis, sentado en el borde de su cama, babeando, sin polera, mostrando la piel pegada a los músculos delgados y largos, drogado, sintiendo que podría atravesar una pared con un dedo por seguir la lógica de lo que está sucediendo. Es el mismo de siempre, el mismo de siempre, el mismo y no sabe por que mierda hay en su pieza una niña desnuda bailándole sin saber ella si lo hace para excitarlo o para excitarse a si misma con la sensación de la música y la ganjah rajándole la mente.
El sudor resbala. Corre hediondo por todos lados. La cama dejó de sonar hace rato. El colchón está en el suelo. Sobre él está Luis con la mente a la conchesumadre. Sobre él está Antonia succionando la sal del cuello de quien la aferra fuerte de la cintura para aplicar más presión sobre su clítoris. Se mueve, respira, se levanta. Su pelo se le enreda en el aire y la transpiración cubriendo sus pechos y las manos de él que ahora los aprietan con los pulgares justo en el centro del pezón. Luis se sienta sin salir de ella. La mira. La besa como si su lengua fuera de miel. Como si su vagina fuera de miel y sus labios fueran los de su vagina. La ama como solo se puede amar a un Dios piadoso, piensa. La ama como si no existiera nada más eterno que su unión en el universo, le dice justo antes de besar sus pechos, y de sentir las uñas rojas de la niña abriéndole la piel de la espalda. La muerde hasta hacerla gemir, suspirar. Se detiene. Se miran y se dan cuenta de la increíble ternura con la que se hacen el amor. Se protegen y se satisfacen. Se quieren como nunca nadie los a querido antes, se disfrutan tan violentamente cuando se anclan las carnes que enloquecen solo con hablarse y decirse te amo. Luis lo sabe y es lo único que lo mantiene en sus cabales. Antonia lo sabe y es lo único que la obliga a vivir. Lo sienten. Lo intuyen. Tienen la certeza de aquello, incluso existen documentos y fotografías que lo comprueban. Se detienen un momento para respirar. Abren una ventana y se meten bajo las sabanas. Dicen que quieren dormir un poco. Lo intentan, pero no saben como. ¿como hacerlo si sus sexos aun laten tan rápido como sus mentes? Se tocan enteros. Se besan enteros. Se refriegan los cuerpos completos resbalosos de sudor. Ambos huelen igual. El amor los confunde a los ojos del resto y se sienten seguros de esta manera. Una vez acalambrada la mandíbula de Luis regresa al lado de Antonia. Amor, fue la raja- le dice guiando con sus pequeñas manos a su amado hasta el interior de su vagina. De verdad te gustó?- le pregunta mientras se hunde hasta el fondo en ella. Más que la chucha amor. Cuando termines lo harías otras vez porfa?
Cuando se despiden, otra vez lloran por que no saben si podrán volver a verse.

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