20.11.09

HUMEDAD

Semáforos
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Dean se levanta. Le molesta el olor rancio de las sabanas. La cama esta deshecha y la noche es jodidamente calurosa.
Le cuesta ponerse los pantalones por el sudor de sus piernas. Cuida no agarrase el pene con el cierre. Por pocos milímetros este no queda con su delicada piel entre los dientes del pantalón.
Toma un Lucky Strike de la cajetilla. Lo enciende. Recoge su notebook. Lo enchufa. Toma los cigarros y se sienta en la cama. Teclea algo. Tengo la cabeza tan hueca. No quiero nada en ella. Debe ser un aikú piensa. Elimina el documento. Comienza otro cigarro. Comienza otro texto. La mesa tiene la apariencia de una anciana negra. Es grande y fea. La madera esta enmohecida y blancuzca. Las marcas circulares de las tazas sobre ella ya deben tener casi tres años, el tiempo que llevo ocupando esta casa. Está describiendo su habitación a medida que la ve y fuma su segundo cigarro. La cabeza le pesa. Le molesta la sensación del pelo pegajoso y grasiento. Siempre le ha dado asco la humedad de esta ciudad. Recuerda a la tipa que le dijo que si se quedaba quieto durante mucho tiempo en conce le saldría moho. Lo escribe. Lo lee. Se arrepiente. Lo borra. Sigue. La pared de atrás de la mesa es amarilla. De ella cuelgan varios afiches medio despegados, en uno esta Kurt sentado en la vereda fumando un cigarro, mirando con cara de satori hacia un horizonte que no alcanza a aparecer en el encuadre. La pared está casi tan descascarada como su ropa. Todo se ve sucio y tosco. Al lado de Kurt, Lira asoma la cabeza por entre unas persianas desarmadas. Otras cosas también se adhieren a la pared de la habitación. Fotos de los amigos, anotaciones, hexagramas rayados con plumón, un calendario con fechas importantes de hace un par de años. Teclea lo que ve. Mira atento. La luz se mete por las ventanas sin cortinas con los brillos que la ciudad le da a la noche. Todo se ve medio verde y luego medio rojo a medida que cambian los semáforos de abajo. Golpean a la puerta, se levanta para abrir. Dos golpes, un silencio. Se vuelve a sentar. Un golpe, silencio, dos más. Es Juan. Escucha como la llave se mete en la cerradura rascando el metal de un tirón. Gira y el mecanismo de la puerta se mueve. Cruje. La puerta rechina. Entra. La mugre del piso cruje bajo las botas. Viene drogado, se le nota por la mirada pesada. Cierra la puerta. Saluda a Dean arrojándole medio paquete de galletas. Lo atrapa en el aire con ambas manos. Toma una silla y se sienta frente a él. Lo ve por sobre el computador que tiene en las piernas. Este lo ilumina de una manera extraña. Cada vez está mas flaco este tipo, piensa Juan. ¿Comiste algo? Hoy no, responde Dean. Él en realidad no se llama Dean, se llama Luís, pero acuñó su pseudónimo una vez que engañó a un grupo de literatorcillos con una heroica historia se sus supuestos antepasados mineros del oro en California durante la fiebre. Desde antes venia pidiendo que lo llamaran así por un tipo de un libro que Luís leía como la Biblia y que siempre estaba desarmado y desmembrado en el piso junto a su cama. ¿Por que no comiste? Por que estoy ocupado. Así veo, dice mirando por sobre el hombro de Dean. ¿Como va la cosa? Bien. Hoy escribí siete capítulos, pero me quede sin argumentos. ¿Trajiste algo?. ¿Argumentos? Sí, sí traje un montón, pero hay que ordenarlos. Veámoslos. Juan saca un manojo de hojas de oficio garrapateadas con ideas para la novela que están escribiendo a medias. Desde hace un tiempo lo hacen así. Juan escribe todo lo que se le pasa por la cabeza y Dean lo redacta, lo ordena y le da ritmo, ese es su fuerte, el ritmo. Este método les ha resultado bastante bien, ya han ganado un par de concursos y ahora pretenden presentar una novela a algún editor. Dean lee y Juan revisa la habitación. La intrusea, siempre lo hace. Encuentra una cola, toma unas pinzas y se la fuma. En el frasco hay mas, dice Dean. Juan saca un poco de yerba, arma un pito, lo prende y se sienta junto a el. ¿Que te parecen? Bien, están bien. Explícame. El tipo llega a un punto en que cree que no va a encontrar a Matías y se desespera. Consulta al libro pero no entiende lo que le dice. Se da cuenta que ya no puede pensar como antes por que se metió mucho en el royo del otro loco y necesita ver las cosas desde otro foco, pero no le resulta y se va en mierda. Eso es básicamente lo que traje. Algunas escenas de bar en las que el loco esta solo y enmierdao, pero weas estéticas nomás. El argumento va más o menos por ahí. Mañana temprano te tengo más weas. No pude anotar todo por que me salio una pega así que traje unas chauchas pa que comai. Vale. Déjamelas encima. ¿Que vay a hacer ahora?. No se estoy medio atorao. ¿Vamos a dar una vuelta?. Dale ¿el Neruda estaba abierto?. Supongo, hoy cierran tarde. Bien. Vamos. Dean busca algo. ¿Viste mi polera de Lira? Si, ahí esta, dice Juan apuntando detrás de Dean. La tiene una chica. Parece que es lo único que tiene puesto y esta dormida. Genial, dice con esa antipática y apestada ironía que siempre usa mientras se pone una camiseta hedionda con monos japo. Se encaja las botas. Mete los cigarros en el pantalón y deja tres en el velador. ¿No le vay a avisar?. No, ¿pa que?. No se, weá tuya. Salen de la pieza. ¿Como está la Antonia? Bien, los viejos salieron, andan pal sur así que se queda hasta el domingo aquí. Bien, dale mis saludos. Ok, mañana le digo.
-¿Alguna ves te ha pasado que cuando empesay a escribir lo que te esta pasando, así como en las series en tiempo real, onda 24 o Sábado, esa peli chilena, llega un momento en que no sabís si lo que estay describiendo es lo que ves o si ves lo que describes?
-¿Onda que no sabes si estay empezando a generar las imágenes que ves a partir del tecleo? ¿Eso?
-Si algo así.
-Creo, un par de veces, pero generalmente cuando fumo o como mucho queque nomás.
-Quizás, debe ser eso.
En la calle hacia un calor de mierda. Todavía había gente saliendo medio borracha de los locales. Cruzaron en rojo. No venia ningún vehiculo de ninguna parte y el silencio solo se rompía por las conversaciones de los que pasaban. De una de las calles de la intersección cambia el semáforo. Se apaga el verde. Están en el centro de la esquina y los siete semáforos tienen sus luces rojas encendidas. Dean siente que son siete cyborgs acechantes como gigantescos T-100 buscando algo, pero ignorándolos a ellos. Juan piensa en que esta seria una gran escena para la novela. Cuatro de los semáforos pasan a verde. Mañana escribo esto, piensan ambos y se pierden por la diagonal. Antes de entrar al bar Dean recuerda que dejo el PC encendido. ¿Quien chucha estará escribiendo esto? Se pregunta.

2 comentarios:

  1. Me gusta este cuento.
    Hoy me llamó una señora para que le diera clases de lenguaje a su hijo, pero no tengo tiempo. Entonces le dí el número del Iván. Ojalá se haya avispado.

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  2. En verdad pienso que es super representativo. Por qué estaremos escribiendo en escena?

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